sábado, 26 de abril de 2008

La caca del Jujuy
Hace algunos años el Gobierno de la Ciudad de San Salvador de Jujuy dominado por punteros radicales, se puso en contacto con una artista con primo del mismo origen político, el cual consiguió que a su prima, a otra artista gráfica, a mí y a Alda María, Aldita viejita chochita en avanzado estado de putrefacción, nos invitaran a todos a exponer nuestros maravillosos grabados en la capital provincial del Norte de nuestro país. El viaje era un buen motivo para visitar a mi querida hermana Nany Benavidez, quién moriría años después de un cáncer cuando esperaba a su cuarto hijo.
La primera de las memorables y chicharronas historias de este viaje, comienza por ser mi cuñado Oscar Castro Olivera, en ese momento Secretario de Información Pública del Gobierno provincial peronista, enfrentado como corresponde con los radicales provinciales y capitalinos. Mi cuñado entonces, aprovechó el financiamiento radical y nos esperó en el aeropuerto internacional del Jujuy, consiguiendo su efecto mediático en el Canal del Estado del mismo Jujuy pero provincial; luego nos llevó a la Gobernación donde unos pálidos radicales capitalinos se esforzaban en ser convergentes con el odiado pariente peronista del artista varoncito invitado por ellos, dado que las otras artistas eran todas nenas, salvo una de ellas que además de nena era una momia.
Dentro de las múltiples actividades que nuestro periplo nos prodigaba generoso, perdimos unas monedas en el Casino recién inaugurado, nos jodimos el hígado comiendo en la Asociación Boliviana que está casi en un precipicio, y yo pronuncié una memorable conferencia de Historia del Arte en el Teatro Mitre, Panteón de la Cultura, si los hay, en esas tierras. Está conferencia merece un aparte respetuoso.
Como desconocía la composición social de mi posible público, preparé una conferencia abarcadora de casi todo, su título era: “Aproximaciones a la Historia del Arte” y la idea era aproximarme pero no entrar para no terminar durmiendo al amable y posible público.
El amable y posible público resultó ser muy magro, seis artistas sentados en la primera fila. Yo parecía arriba del enorme escenario Batman repartiendo regalos en Navidad, con una pantalla impoluta para las diapositivas y el resto del Panteón completamente vacío. Encima el eficiente equipo de micrófono y sonido me dejaba, en el lugar incómodo de gritarles pavadas aproximativas, durante hora y media a esos pobres sufridos de la fila One. Pero como hace décadas estoy en la filosofía del disimulo, inicié la disertación como si la sala estuviera llena y todo fuera muy normal y argentino.
Hacía ya quince minutos que estaba aproximándome a la Historia del Arte, cuando se abrieron las puertas superiores del Teatro y entraron decenas de niñas piponas en uniforme de pertenencia secundaria. Qué había pasado?. La Secretaria de Cultura de la Gobernación provincial, para no quedar mal con mi cuñado, Secretario de Información Pública de la misma Gobernación, había levantado dos divisiones del Liceo de Señoritas, de a la vuelta de la manzana desde donde me estaba aproximando a la Historia del Arte, y ella solita, la gentil Secretaria de Cultura, me había llenado el centro del Teatro.
Perplejo ante la nueva audiencia de féminas púberes, resolví repetir los conceptos sobre los cuales se basaba mi aproximación a la Historia del arte, tratando de que los artistas no se dieran cuenta. No lo logré, los artistas me miraban despechados y sentían que la masa imbécil tenía más efecto que su presencia culturalmente consciente.
Estaba tratando de volver a la coherencia y estaba promediando la hora de disertación, cuando todas ellas, las pubérrimas, se levantaron a la orden de sus Profesoras ya no púberes. Qué había pasado?. Pasó que la hora de clases de 45 minutos había acabado, y debían volver al Liceo de Señoritas para continuar con otra materia académicamente formativa pero diametralmente opuesta a mi dedicación artística.
Los ruidos provocados por el desalojo de las señoritas ocuparon cinco minutos de mi conferencia, durante los cuales volví a disimular que no pasaba nada, tratando de permanecer inmóvil arriba del escenario.
Quedé entonces nuevamente con mis seis artistas iniciales, los cuales me miraban ahora con sorna al considerar su venganza cumplida por el explícito escándalo ridículo del artista porteño. Ya liberado del gran público terminé la aproximación a la Historia del Arte como mejor pude y con los artistas verdaderos, y cerca del Teatro seguimos la tertulia con un almuerzo de por medio pagado por los anfitriones por supuesto.
A los dos días las actividades oficiales continuaron su vocacional crescendo. Mi cuñado me invitó a la inauguración de un monumento en homenaje a la Pachamama en Salinas Grandes, un paraje a 4.000 metros de altura en el salar que se debe atravesar, si se viaja a Chile por el Paso de Jama.
Viajamos en una camioneta de Gendarmería Nacional, la fuerza pública de vocación fronteriza, se ofreció a llevarnos porque nos acompañaba el Cónsul General de la Italia para el Altiplano Sudacamericano, el Ingenieri Don Francesco de Muzzopappa y Fiume, Conde de Broccafina, un atorrante finoli al que echaron de la Umbría por sus excesos sexuales y nos lo plantaron entre nos y los indios, para disimular la vergüenza de que lo mejor de la Italia pasaba de frotar gendarmes argentinos a desear indias petisonas. Con esa comparsa y con mucho cuidado subimos por el tirabuzón o camino de las hormigas, que Vialidad Nacional inventara en el Más Allá de Purmamarca.
Al mismo tiempo pero por otro camino desconocido por este cronista, viajaba la Secretaria de Cultura, otrora productora de púberes oidoras para el Panteón, toda ella acompañada por los principales funcionarios intervinientes en el área del espíritu cultural de la provincia.
Pero ocurrió que el vehículo de la Secretaria se desbarrancó y mi cuñado advertido por radio, nos ordenó que desde ahora y para ellos, los coyas que nos esperaban, o sea otra vez el amable público, éramos todos nosotros funcionarios provinciales y que había que poner cara de poderosos, pero tratar de no hablar mucho en quechua. Algo fácil para mí, por desconocer la lengua andina.
El pueblo con nombre real de Barrancas, es un pequeño, pobre y antiguo poblado a orillas de una sierra pelada y sobre una planicie toda salada. Si hay gentes que allí han vivido siempre, les aseguro que podemos pensar que también en Argentina es posible morar siempre en su desgracia dictaminada.
El pueblo coya todo nos recibió circunspecto, no puso en duda nuestra recién obtenida condición de funcionarios de la capital provincial y en realidad durante toda la visita tuve la sensación de que el ya nombrado pueblo coya se reía de nos, y éramos nosotros los elementales ejemplos de una cultura innecesaria.
El homenaje al Poder vertebrado en la República comenzó con la libación de una chicha con aspecto de semen, que al ser luego de una primera libación, manifiestamente rechazada, dió lugar a un vino blanco republicano pero de la peor calidad del cartón; en mi estómago el homenaje se manifestó en un impulso intestinal de resultado inminente. Rogué por un baño o retrete o como en quechua se llamara el lugar higiénico y para mi sorpresa se destacó un coya, que sin ningún desconcierto ni sorpresa me llevó a través del pueblo hasta una pequeña casa de adobe, cardón y torta de barro, que era donde todos depositaban lo suyo.
Quedé perplejo al saber que todos depositaban lo suyo en el mismo lugar, para que la mierda fuera de todos al volverla junta y no estuviera repugnando al pueblo todo al discurrir por sus entrañas.
La casa era pequeña para vivir pero grande para depositar lo suyo. Ya monacalmente solo, pude al fin echar la molestia insoportable que portaba al agujero recién encalado, que el grupo había seguramente vestido de blanco para que no los trataran a ellos de pastores elementales, esos gringos hijos de puta de la Capital.
Fue maravilloso, ese momento donde le devolvía a la Pachamama lo mío que me sobraba y que por distintos motivos no soportaba; fue delicioso hasta darme cuenta que en toda la habitación no había papel ninguno, claro a 4.000 metros y en un salar olvidado ni papel de diario hay para tirar al retrete.
Supe entonces que debía suprimir las manchas viscosas producidas por mi entraña o ellas me designarían a mí como un sucio incontinente. Revisando mis bolsillos encontré el magnífico artículo publicado por el Diario El Tribuno del Jujuy sobre nuestra exposición consagratoria, también encontré el pasaje de Aerolíneas Argentinas de regreso a Buenos Aires; pero rápidamente consideré de riesgo perderlo en un retrete de las Salinas Grandes y por ello no poder volver nunca al puerto originario. Supe entonces que con el panegírico cultural de formato tabloide me debía limpiar todo mi patio trasero.
El Tribuno era en ese tiempo un diario difícil de leer pero también difícil de frotar, pero con dedicación capitalina y cuidado corporal, pude dejar la casa del retrete o la casa de la caca de todos juntos Now, como si no pasara nada.
La ceremonia inaugural del monumento a la Pachamama en un músculo de la misma, que fue designado plaza pública para tener la plaza republicana originaria, la pude disfrutar toda ella porque con tanta chicha y vino de cartón el amable público y los funcionarios atrasaron los tiempos reales por otros y mi incontinencia fue casi una anécdota, que seguramente los coyas están contando todavía.
La Plaza era un espacio designado como tal, pero que ni los cardones respetaban y por eso los tales descarados crecían por donde querían, sin tomar en cuenta simetrías ni órdenes clásicos. El monumento a la Pachamama se levantaba en el centro de la Plaza y era una bola de cemento con una casita pegada en un costado, en el costado herido del Cristo supongo, y la esfera de la bola creo que aceptaba la forma esférica de la Pachamama. Pero como a la esfera se la debe plantar de alguna manera, el escultor le había modelado en cemento tres patas robustas. Nunca supe quién era el escultor, creo que nadie quería designarlo como autor de tal cosa; o era un coya que nos quería domesticar aceptando la verdad, al mostrarnos la forma esférica de la Pachamama que descubrió Colón, o era la maestra del lugar que quería mostrar que su sueldo estaba bien gastado, por poder ella transformar esa hermosa tierra plana del salar en una pobre pelota de fútbol planetario.
Todo esto pensaba cuando me acercaba al grupo reunido en la Plaza pública, y fue en ese momento que supe ver desde lejos, que el monumento en cuestión parecía un diente premolar. Y fue entonces que también me dije que si la Pachamama es nuestra Madre vieja, este diente bien podría ser el último que le quedaba, y yo podría estar aquí puesto solamente para narrar ese hecho terminal. Y otra vez también, fue en ese momento, que supe que debía crear un grabado con todo el disparate narrado, y también seguir narrando lo que sigue.
Lo que sigue no será tanto para ustedes pero fue mucho para mí, pues por todas las hazañas ya conocidas y vividas a tal altura de la montaña, me visitó un gran dolor y con él viajé hacia abajo por la serpentina que Vialidad Nacional dibujara en el Más Allá de Purmamarca.
Ya en la capital del Jujuy y viéndome en tan triste estado, mi hermana me preparó un té de coca, con tanta potente coca que de paciente desfalleciente, pasé a saltar de la cama paciente para aceptar un asado hasta las tres de la mañana con un artista prominente en la Cordillera del Jujuy.
Pero bueno, esa es otra historia que hoy no importa, lo que si deben saber hoy, es que el inmundo del italiano se escapó con la mujer del cacique del pueblo de Barrancas hacia Chile por el paso de Jama, y hoy la coya lo tiene domesticado en Antofagasta, donde mientras ella vende sus ajíes y limones por la calle, él limpia los prostíbulos del puerto a cambio de favores sexuales de las indias sodomizadas. Raza de pederastas y libertinos, italianos esclavistas sexuales, hijos de la gran puta.
Besitos a todos.
Alfredo Benavidez Bedoya.

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