domingo, 27 de abril de 2008

Don Velázquez y el ojo Real.

-Velázquez pinta al Rey. Lo pinta a Él y a todo lo que su ojo ve y ama. Pinta a su mujer, a sus meninas, sus infantes, sus conquistas militares, sus bufones y pinta también a sus perros. Pinta al Rey solamente, pintando todo lo que el ojo Real ve y ama.

-Velázquez pinta al Único que lo deja pintar y vivir holgadamente. Al único en esos tiempos, que podía igualar la destreza de pincel con la destreza de espada.

-Velázquez pinta todo lo que el ojo del Rey señala como digno de la destreza de pincel, que es lo mismo que la destreza de espada defendería si se lo señalaran.

- El ojo del Rey señala lo por Él ya visto para volver a verlo, y para que todos los ojos posteriores sepan lo que Él veía al verlo pintado.

-Velázquez pinta sin ver; y de esa forma su destreza ciega se vuelve más precisa. No necesita Velázquez ver lo ya visto, sólo debe recordarlo con su pincel.

- Nosotros no vemos ni a Velázquez ni al Rey. Vemos el recuerdo de lo que Velázquez no vió nunca. Vemos lo visto por el ojo del Rey. Vemos desde el ojo Real.

- Desde el ojo Real la serenidad es soberana. Nuestra obediencia hacia todo lo visto se calma, quedando sólo lo visto por el ojo Real que ve amando. Lo que hemos visto odiando no fue pintado por Velázquez.

-Volver a ver lo amado por el ojo Real, es no ver lo que hemos visto odiando. En ese momento, de todo lo por nosotros visto solamente lo amado es soberano.

- Tal vez el ver lo amado y luego recordado con destreza, sea la forma de lograr la serenidad, para seguir recordando todo lo que hemos visto odiando, mientras vivíamos con destreza, amando.


Don Velázquez y Don Enano

Don Velázquez,
¿ Por qué Usted me pinta a mí que soy enano?
Porque Don Enano,
Mi pincel mejora lo maldado y corrige lo excéntrico.
Pero Don Velázquez,
Sigo enano y no mejoro nada ni me vuelvo concéntrico.
Más le vale Don Enano,
Pues el Rey no le daría servicio si no fuera enano declarado.
Además Don Enano,
Yo vuelvo enana a la misma Infanta al pintarla niña,
Y el Rey ama a la niña quedada enana para siempre.
El Rey y la Infanta aman a los enanos y por eso yo los pinto.
Don Velázquez, el Rey
¿ le permite mezclar regios enanos con otros ordinarios?
Lo permite, Don Enano
Porque dicen que los niños son enanos que se curan al crecer
Y los enanos, niños que prefieren no crecer ni llegar a Grandes.
Dígame, Don Velázquez,
¿ Por qué los Grandes de España aman a los enanos?.
Don Enano, lo hacen
De puro Grandes que son, aman a los que nunca lo serán.
Y a Usted, Don Velázquez
¿Quién le dijo que yo no soy un gigante que se achica?
Don Enano
Si Usted se achica, nosotros nos volvemos pequeños a la par,
Porque nada se nota en el mundo de las proporciones mutuas.
Don Velázquez,
Déjese de enanos y pinte por fin un gigante que se achica.
Cuando el Rey
Me otorgue un espacio equivalente al de un gigante
Para poder pintarlo a él como a un par, al verlo completo,
Yo pintaré un gigante que se vuelve enano por la Infanta.
Don Velázquez,
Yo de gigante a enano lo hago por gusto mío no por las Infantas.
Quienes perversas son al volverse enanas para disfrute del Rey.
Don Enano
Las infantas son mis amas y se vuelven enanas en mi pintura
Para goce de su padre mi Rey y no hay nada malo en ello
Ni tampoco en que mis amas amen desde niñas a los enanos.
Y déjese de impertinencias y no se mueva, que la pintura suya
No por ser la de un enano, dejará de tener la calidad que se merece
Y Usted pintado movido, más que enano, parecerá la menina de Picasso.

La Infanta Doña Margarita y el enano

Doña Infanta,
siendo su Merced de noble Casa Real,
¿por qué la llena con enanos como yo?.
Don Enano, mi noble Casa Real
se llena con lo que me place y Usted bien lo hace.
Su Majestad niña,
Siendo yo enano contrahecho. Eso, ¿ a Usted le place?
Eso no, Don Enano
Me place que haya adultos de mi tamaño cerca mío.
En eso Doña Infanta, coincidimos
pues a mí me gustan cerca, niñas también del mío.
Don Enano, los tamaños
Siempre deben ser iguales en todas las relaciones.
Pero Doña Infanta
Usted seguirá creciendo y yo, a esperar otra Infanta.
Eso Don Enano
le pasa por ser amado por pequeñas Infantas
que serán las Reinas Madres de otras similares.
Al nacer Usted, Doña Infanta
yo fui un regalo del Rey de Inglaterra para su goce,
y para que me jugara como a un muñeco cautivo.
Creo que mi condición de pequeño me vuelve juguete.
Puede ser Don Enano
Pero las Infantas no lo sienten a Usted un juguete,
Es más, conozco alguna que desea ser jugada por Usted.
Mi futura Alteza,
tenga a bien no ilusionarme pues nada he tenido en la vida
y saberme deseado por una Infanta es una ofrenda divina,
es un sueño nunca imaginado, y es algo que dará envidia.
La envidia es el dolor
de los que nos miran y queriéndolo no pueden visitarnos,
por no poder reconocer que lo que saben de sí mismos
les da dolor, por no ser lo que quisieran saber de ellos.
Bueno mi Doña, sepa
que mi vida está determinada por la Infanta que me ama.
Que soy enano amado por Infanta desconocida,
que Usted hágame saber de quién soy la prenda.
Don Enano
No voy a traicionar a nadie al revelar mi propio nombre.
Soy yo quién os ama y se ofrece completa a los juegos
Que Usted, divertido Don Enano, me insinúa desde niña.
En el momento en que el enano penetraba a Doña Infanta,
entraron al salón, el Rey Don Felipe seguido por Don Velázquez.

Don Enano en la mazmorra de Palacio

En la mazmorra de Palacio cuelga cabeza abajo atado como un fiambre, desnudo y amordazado Don Enano, deforme designado para la Infanta Doña Margarita.
Entran al recinto el Rey, Don Felipe, seguido por Don Velázquez.

Don Velázquez:
Su Altísima Serenidad, pude al fin pender al enano a nuestra inversa, pero dióme mucho trabajo, sepa su Merced que no es práctica de mi oficio.

Don Felipe, el Rey:
Ni del mío por supuesto, pero vuelva a saber Don Velázquez, que lo que vimos; lo que este enano indecente estaba haciendo con mi Infanta, es algo que sabremos solamente Usted y yo, además de los practicantes.
Y que por eso, la vejación, tortura y muerte de la Bestia, es también nuestra prerrogativa. Usted como menestral que ejerce oficio de mano se ocupará de ejercitar lo físico. Mientras que yo por Ser quién sigo Siendo, disfrutaré del dolor bestial y le otorgaré a Usted la Orden de Santiago cuando termine con éste enano inmundo.
A propósito (dice mirando al enano), esto más que Bestia parece un chorizo en mal estado...

Don Velázquez:
Mi Dueño desde siempre, mi Rey, todo se hará según Usted lo diga o sugiera, mis humildes manos son suyas. Si pudieron pintar con belleza a la Infanta, podrán matar con venganza a quién la mancilló. La Orden de Santiago por Usted prometida es mi afán por tener limpieza de sangre; ni árabe ni judío ninguno, en una familia que pasó con ellos novecientos años (todo un logro si vemos lo que pasa en Palacio). En cuanto al chorizo, siempre estuvo en mal estado, yo he podido a los latigazos hacerle confesar que era tan grande el deseo por la Infanta, que apenas la penetró vertió dentro de ella el semen multiplicador.

Don Felipe, el Rey:
Entonces debemos ser cautos y esperar las Reglas reales de la Infanta, no vaya a ser que además de seducida la Bestia nos la deje viuda. Y vaya a saber, Don Velázquez, que pensará de su Padre la Infanta, al saber que su primer hombre murió como un chorizo en la mazmorra de la familia. Esperemos a ver si tuvo anclaje la nutriente de este enano desagradable, mientras tanto póngalo desnudo a dormir con los cerdos, quiera Dios darme satisfacción, y que los animales se almuercen las partes pudendas del enano genitalísimo.

A los nueve meses
Nacieron dos enanos de tres kilogramos cada uno en el mayor secreto, con la complicidad de toda la familia real.

A los diez meses
El enano se mudó con sigilo desde el porquerizo al aposento de la infanta, con la excusa Real de defenderla en la noche de los infieles, pero con el permiso expreso de hacerla suya a su requerimiento.

A los once meses
El Rey ya sabía que los cerdos no habían almorzado lo por él deseado, a juzgar del disfrute que vivía la Infanta con el Enano en el aposento infantil.

A los catorce meses
La Infanta casóse con un noble, gil y cornudo pero que dió paternidad respetable y acorde a las necesidades del reino. Para su honorable satisfacción pidió la Embajada ante el Imperio Otomano, desde donde nunca volvió, ni nadie supo qué pasó con él entre tantos infieles.

A los cuarentayocho meses.
Los dos enanos, subido uno arriba del otro y cubiertos por una capa, parecían un niño normal y hasta bello dentro de su rareza de príncipe.

A los cientoveinte meses.
Montaban los corceles de a dos, bailaban la Sarabanda y la Contramarcha encimados, pero con destreza y encanto, y eran uno, también para todo lo demás.

A los cientoochenta meses.
Los enanos desfloraban rudas campesinas de Castilla, las cuales en la obscuridad creían estar con un joven ubícuo, y palpadas de manos por varios ebrios macacos.

A los cientonoventáidos meses.
Don Felipe, el Rey, murió de quién sabe que cosa, pues en esas fechas los diagnósticos eran de carácter maravilloso y la gente moría de fiebres saturninas o cosas de ésas. Por lo súbito de la muerte la Corte supo que su dueño, el Rey, dormía desde siempre con dos enanos pero de raza negra.

A los doscientosdos meses.
El anatema papal por práctica antinatura, se consiguió archivar entregándole al Papa, todas las meninas que pintó Don Velázquez, y que pasaron de cuidar a su dueña la Infanta a cuidarse del viejo repugnante que también fue pintado por Don Velázquez.

A los doscientosdiéciseis meses.
Fueron coronados Rey los dos enanos ensamblados, y se les impuso el nombre de Carlos II de España, último monarca español de la Casa de Austria.

A los cientoveinte años.
Un enano descendiente de los Reales de España pero de la rama de los franceses, al ver desaparecer la monarquía en las garras republicanas, quiso seducir a todas las Infantas disponibles en ese último momento. La Historia lo conoce como Donatien Alfonse Francois de Sade. Marquis de Sade.

A los doscientosdiez años
Otro enano de la rama francesa que conservaba la mímesis de los macacos, quiso igualar a Don Velázquez con resultados dispares.
Lo conocemos como el Conde Henri de Tolouse- Lautrec, y por lo que sabemos, desde su noble cuna se bajaba bien dispuesto a cualquier camastro, donde le amaran a pesar de su deformidad.

A los nosécuántosaños,
Hubo un enano oriental que llegó sin invitación alguna y que dijo ser descendiente del Rey Carlos II y se impuso a sí mismo el nombre de Carlos Saúl I, y nos gobernó a los argentinos con ritmo chévere durante diez años.

A los catorcemil años
Los enanos consiguieron dominar la Tierra, al vencer a los travestis en la batalla de Palermo Hollywood, batalla que se tuvo que definir por penales porque los enanos no metían goles porque se enamoraban de los travestis y andaban tan amontonados que más que Fútbol parecía Rugby.

Al día siguiente
El Mundo, harto de los enanos, se fue al otro Mundo, dejando a millones de enanos flotando en medio de la Nada, la cual tampoco se manifestó interesada en ellos y los ignoró por siempre.
Algunos travestis colgaban todavía por debajo de algunos enanos, cuando los ví por última vez.

Don Alfredo de Benavidez y Bedoya. Escribiente designado para historiar las venturas y desventuras de Don Enano, de la Infanta enamorada, de Su Padre el Rey, y de Don Velázquez, el pintor de todos ellos.

AlfredoBenavidezBedoya

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